domingo, 20 de diciembre de 2015

CARTAS A VERÓNICA




Te escribo esta carta, como quien lanza una botella al mar, sin ninguna seguridad de que su destino serán tus inocentes manos, ni tus ojos grandes y profundos.
Nadie puede afirmar rotundamente que así ha de ser. Nadie va a traer hasta mi corazón la prueba fehaciente que me haga albergar una mínima esperanza.

Te imagino habitando un Universo cuajado de luz, envuelta en una  enigmática música, arropada por  palpitantes pájaros, en un extraño planeta que nadie vivo ha logrado conocer ni describir jamás.

Imagino que los labios del gran Dios besan tu frente de esa forma tan dulce como yo la besaba en los duros tiempos de tu enfermedad.

Contemplo, muchas veces, tu fotografía. Me detengo en tu sonrisa, que se asoma a ella, como una mariposa a la silueta de una flor. Y me alimento de ella para siempre.
Así, de la misma manera como se alimenta un pequeño gorrión con la comida que trae su afanosa madre hasta su pico y que forma parte de su supervivencia.
Porque tu sonrisa me ayuda a subsistir.


Cuando limpio tu habitación, suelo besar tu graciosa gorrita azul y miro, debajo de la cama,  tus zapatos. Muchas veces pienso que debería guardar ya todas tus cosas, pero nunca lo hago.  Me pregunto el por qué. Pero sé la respuesta.  Tal vez porque, en el fondo de mi corazón, aún te sigo esperando. Creo que, cualquier día, vas a volver a aparecer por el salón, vas a sentarte junto a mí y me vas a preguntar :Madre, cuándo piensas arreglarte, que te estoy esperando  para que vayamos a tomar café.  Y creo que entonces voy a mirarte directamente a esos preciosos ojos que tenías, más grandes que el Amor y que la Vida, y voy a volverme a emocionar como lo hacía cuando estabas todavía viva y persistía, tercamente en mí, algo así como un extraño presentimiento de lo que, más tarde,  habría de suceder.


Pero vuelvo a la cruda realidad. Sé que tú no estás. No estoy loca. Estoy totalmente segura de que es así. Pero sé también, con una certeza más absoluta que el sol que nos alumbra, que cuando Caronte me haga cruzar el río con su barca no existirá otro destino que tú, ni otra luz que la que emanará de tu maravilloso corazón.

Verónica, hija mía....








( María Luisa Mora Alameda )


No hay comentarios:

Publicar un comentario